El calor es cada vez más intenso. Estamos en pleno verano y ya no parecemos tan despiertos y vivaces como en la primavera. Nelle siente mucho calor, adelgaza y a veces se le cae la cabeza sobre el cuaderno; claro que siempre está Garrón a su lado, poniéndole delante un libro abierto para que el maestro no se dé cuenta. Crosi, más rojo que un tomate, apoya la cabeza en el banco de tal manera, que parece que no tuviera cuerpo y se le hubiera quedado allí.
¡Cuánto cuesta estudiar! ¡Desde las ventanas veo los árboles, el pasto en la fresca sombra, y me dan unas ganas de salir a correr y un fastidio rabioso de tener que quedarme en clase!Después pienso que tengo qu reanimarme por mi madre, que se preocupa al verme alicaído y que me alienta al despertarme a la mañana para ir a la escuela.
Hace bien en hacerme pensar a vaces en los pobres chicos que trabajan de sol a sol en el campo o inmóviles con la cabeza inclinada sobre la llama del gas en las fábricas. Ellos sí que se levantan muy temprano y no disfrutan de tan largas vacaciones.
También en este aspecto es Deroso el mejor de todos. Siempre está contento, no se queja de calor ni de modorra, anima a todos los que le rodean. Dos más hay también que no se dejan vencer: Estardo, el testarudo, que se pellizca para no dormirse, con los ojos abiertos como platos, fijos en el maestro, y Garofi, que se ha dedicado fervorosamente a fabricar abanicos adornados con figuritas, que después vende.
Pero el más admirable es Coreta que se levanta a a las cinco y ayuda a su padre con la leña. Al mediodía en la escuela ya no puede tenerse de sueño. Entonces se pega palmadas, se mueve, solicita permiso y va a lavarse la cara, y pide que le pellizquen. Pero hoy ya no pudo con su alma y se quedó dormido.
- ¡Coreta! - lo llamó el maestro.
Él dormía profundamente y no lo oyó.
-¡Coreta!- repitió más alto el maestro.
Cuando ya las cosas se ponían mal, el hijo del carbonero que vive al lado de casa de Coreta, dijo levantándose:
-Señor, desde las cinco hasta las siete ha estado ayudando a su padre a transportar leña.
Entonces el maestro siguió dando la clase sin despertarlo; y al terminar la media hora, se acercó despacio a Coreta y soplándole suavemente el pelo, lo despertó. Coreta se asustó. Pero el maestro le acarició bonachonamente la cabeza.
-No voy a reprenderte, hijo. Tu sueño es el sueño del cansancio, no el de la pereza.
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