sábado, 28 de mayo de 2011

La aventura del conocimiento y el aprendizaje!!!!! A Dolina

La velocidad nos ayuda a apurar los tragos amargos. Pero esto no significa que siempre debamos ser veloces. En los buenos momentos de la vida, más bien conviene demorarse. Tal parece que para vivir sabiamente hay que tener más de una velocidad. Premura en lo que molesta, lentitud en lo que es placentero. Entre las cosas que parecen acelerarse figura -inexplicablemente- la adquisición de conocimientos.

En los últimos años han aparecido en nuestro medio numerosos institutos y establecimientos que enseñan cosas con toda rapidez: "....haga el bachillerato en 6 meses, vuélvase perito mercantil en 3 semanas, avívese de golpe en 5 días, alcance el doctorado en 10 minutos....."
Quizá se supriman algunos... detalles. ¿Qué detalles? Desconfío. Yo he pasado 7 años de mi vida en la escuela primaria, 5 en el colegio secundario y 4 en la universidad. Y a pesar de que he malgastado algunas horas tirando tinteros al aire, fumando en el baño o haciendo rimas chuscas.
Y no creo que ningún genio recorra en un ratito el camino que a mí me llevó decenios.

¿Por qué florecen estos apurones educativos? Quizá por el ansia de recompensa inmediata que tiene la gente. A nadie le gusta esperar. Todos quieren cosechar, aún sin haber sembrado. Es una lamentable característica que viene acompañando a los hombres desde hace milenios.
A causa de este sentimiento algunos se hacen chorros. Otros abandonan la ingeniería para levantar quiniela. Otros se resisten a leer las historietas que continúan en el próximo número. Por esta misma ansiedad es que tienen éxito las novelas cortas, los teleteatros unitarios, los copetines al paso, las "señoritas livianas", los concursos de cantores, los libros condensados, las máquinas de tejer, las licuadoras y en general, todo aquello que no ahorre la espera y nos permita recibir mucho entregando poco.

Todos nosotros habremos conocido un número prodigioso de sujetos que quisieran ser ingenieros, pero no soportan las funciones trigonométricas. O que se mueren por tocar la guitarra, pero no están dispuestos a perder un segundo en el solfeo. O que le hubiera encantado leer a Dostoievsky, pero les parecen muy extensos sus libros.
Lo que en realidad quieren estos sujetos es disfrutar de los beneficios de cada una de esas actividades, sin pagar nada a cambio.

Quieren el prestigio y la guita que ganan los ingenieros, sin pasar por las fatigas del estudio. Quieren sorprender a sus amigos tocando "Desde el Alma" sin conocer la escala de si menor. Quieren darse aires de conocedores de literatura rusa sin haber abierto jamás un libro.
Tales actitudes no deben ser alentadas, me parece. Y sin embargo eso es precisamente lo que hacen los anuncios de los cursos acelerados de cualquier cosa.
Emprenda una carrera corta. Triunfe rápidamente.
Gane mucho "vento" sin esfuerzo ninguno.
No me gusta. No me gusta que se fomente el deseo de obtener mucho entregando poco. Y menos me gusta que se deje caer la idea de que el conocimiento es algo tedioso y poco deseable.
¡No señores: aprender es hermoso y lleva la vida entera!

El que verdaderamente tiene vocación de guitarrista jamás preguntará en cuanto tiempo alcanzará a acompañar la zamba de Vargas. "Nunca termina uno de aprender" reza un viejo y amable lugar común. Y es cierto, caballeros, es cierto.

Los cursos que no se dictan: Aquí conviene puntualizar algunas excepciones. No todas las disciplinas son de aprendizaje grato, y en alguna de ellas valdría la pena una aceleración. Hay cosas que deberían aprenderse en un instante. El olvido, sin ir más lejos. He conocido señores que han penado durante largos años tratando de olvidar a damas de poca monta (es un decir). Y he visto a muchos doctos varones darse a la bebida por culpa de señoritas que no valían ni el precio del primer Campari. Para esta gente sería bueno dictar cursos de olvido. "Olvide hoy, pague mañana". Así terminaríamos con tanta canalla inolvidable que anda dando vueltas por el alma de la buena gente.
Otro curso muy indicado sería el de humildad. Habitualmente se necesitan largas décadas de desengaños, frustraciones y fracasos para que un señor soberbio entienda que no es tan pícaro como él supone. Todos -el soberbio y sus víctimas- podrían ahorrarse centenares de episodios insoportables con un buen sistema de humillación instantánea.

Hay -además- cursos acelerados que tienen una efectividad probada a lo largo de los siglos. Tal es el caso de los "sistemas para enseñar lo que es bueno", "a respetar, quién es uno", etc.
Todos estos cursos comienzan con la frase "Yo te voy a enseñar" y terminan con un castañazo. Son rápidos, efectivos y terminantes.

Elogio de la ignorancia: Las carreras cortas y los cursillos que hemos venido denostando a lo largo de este opúsculo tienen su utilidad, no lo niego. Todos sabemos que hay muchos que han perdido el tren de la ilustración y no por negligencia. Todos tienen derecho a recuperar el tiempo perdido. Y la ignorancia es demasiado castigo para quienes tenían que laburar mientras uno estudiaba.
Pero los otros, los buscadores de éxito fácil y rápido, no merecen la preocupación de nadie. Todo tiene su costo y el que no quiere afrontarlo es un garronero de la vida.
De manera que aquel que no se sienta con ánimo de vivir la maravillosa aventura de aprender, es mejor que no aprenda.

Yo propongo a todos los amantes sinceros del conocimiento el establecimiento de cursos prolongadísimos, con anuncios en todos los periódicos y en las estaciones del subterráneo.
"Aprenda a tocar la flauta en 100 años".
"Aprenda a vivir durante toda la vida".
"Aprenda. No le prometemos nada, ni el éxito, ni la felicidad, ni el dinero. Ni siquiera la sabiduría. Tan solo los deliciosos sobresaltos del aprendizaje".


ALEJANDRO DOLINA

domingo, 22 de mayo de 2011

NEGAR LA EDAD ES UNA TONTERÍA !!! Alfredo Moffat

Lamuerte está tan lejos como grande sea la esperanza que construimos",
el tema es la construcción de la esperanza.

Alfredo Moffat


Psicólogo social, psicodramatista y
arquitecto argentino.Terapista de
crisis.Nació en 1934 y es
considerado uno de los discípulos
predilectos de E.Pichón Riviere.
Participó en la fundación de la
Escuela de Psicología Argentina.



La negación de la edad es una tontería. Yo tenía miedo a esta
etapa que empieza después de los sesenta años. Ahora, que más o
menos estoy instalado en ella (tengo setenta y tres años), me doy
cuenta que se me ha simplificado la vida, y la mayor parte de las
cosas que antes me preocupaban, ahora creo que son boludeces,
pero quedó lo esencial: el amor, los hijos, la justicia social, la
solidaridad (y también el dulce de leche y la crema chantilly...)

Esta edad no está tan mal, el tema de la muerte siempre
angustia, pero yo creía que iba a ser peor. Es una tontería
hacerse el pendejo, fíjense si tuviera que ir al gimnasio, sería
todo un laburo y no podría gozar de esto de hacerme el filósofo.
Cuando cumplí sesenta años hice una fiesta en la Escuela. Y dije:
tengo dos caminos, o me convierto en un viejo sabio, o en un
viejo pelotudo. Lo último me pareció aburrido. Cuando no
asumís la edad, no gozás ni la una ni la otra.

El temor a la vejez hace que la ocultemos, que sea considerada
como algo indigno, a ocultar en un geriátrico porque ya no
servimos más.

Cuando estuve en Estados Unidos había una actriz que había
sido muy famosa, Bette Davis, que ya estaba muy viejita y tenía
el rostro con las arrugas del tiempo. Era conductora y tenía un
programa muy respetado, en el que podía decir cosas sabias,
porque estaba cómoda en esa edad, era creíble.

También en Italia, estando en una plaza de Roma, pude ver que
estaban todos los viejitos (los respetados nonos) jugando a las
cartas y tomando Cinzano, con gran dignidad, y la gente iba a
preguntarles cosas.


Pero en la Argentina, cuando llegás a esta etapa, te meten en un
geriátrico y no aprovechan la historia, que es necesaria para
construir el futuro.


En el Amazonas no hay jubilación de viejos. Yo fui hace muchos
años, de aventurero, con mochila y bolsa de dormir, y ahí
estaban los viejitos de la tribu mirando el río Xingú que
desemboca en el Amazonas. Y pensé: "Ahí está la biblioteca
nacional"... Uno sabía de partos, otro de canoas, otro de plantas
medicinales, a ellos los cuidaban mucho, porque eran los
transmisores de la sabiduría, no había transmisión escrita (se
moría el de las canoas y tenían que cruzar nadando...) Tenían
una dignidad como los que vi en la India. Allí, en el proceso de
vida, se respetan todas las etapas.

En estos países de la cultura occidental, tecnológica, donde lo
que no es nuevo hay que tirarlo, lo mismo se hace con los seres
humanos, y eso es una tontería. En la cultura norteamericana
todos tienen que ser jóvenes y lindos.

Hay una etapa de la vida en que uno es niño, otra en que es
joven, otra donde es adulto y otra donde es viejo. Nosotros
atravesamos las cuatro etapas de la vida, si negamos una, vamos
a tener problemas. Si se nos niega la infancia vamos a perder la
creatividad, si se nos reprimió la adolescencia, vamos a perder la
rebeldía.

Lo importante es seguir creciendo, es como pasar por distintas
estaciones. En cada una hay que bajarse y tomar el otro tren
(son las crisis evolutivas). Algunos se bajan en una y ahí se
quedan, no siguen en el viaje de la vida.

La concentración urbana genera la familia nuclear: papá, mamá
y uno o dos hijos, donde es tan pequeño el espacio, que no cabe el
abuelo, va al geriátrico, después tienen que mandar al nieto a la
guardería, pero ¿quiénes son los mejores cuidadores para el
nieto? el abuelo y la abuela. ¿Qué mejor maestra jardinera que
un abuelo o una abuela? Ambos están fuera de la producción,
fuera de la tensión necesaria para la lucha cotidiana, ambos
están en el mundo de lo imaginario...

En Santiago del Estero el tata viejo es un personaje muy
importante. Es el que sabe la historia de la familia, transmite la
información, los agüelos cuidan al gurí, las dos puntas de la vida
se complementan.

En nuestro país la vejez está desvalorizada, los viejos son
marginados, el cambio social fue tan brusco que su experiencia
habla de una Argentina que perdimos, si terminan en el
geriátrico, los tratan como chicos, los retan y los humillan, se
deprimen y aparecen todas las enfermedades que tienen que ver
con las bajas defensas.

En cambio, en las sociedades más sanas, esta es una época muy
rica, porque es la de la reflexión, que es parecida al juego y la
creatividad, pero ya después de haber visto la película entera y
haberla entendido.

La última etapa es lo que se llama la senectud, que a veces tiene
un deterioro grave, neuronal, de las funciones mentales. De
todas maneras, el final del proceso de la vida, que es la muerte,
es un tema negado en nuestra cultura. El final, la agonía, a veces
tiene características traumáticas, como algunos partos, al inicio.
Los humanos somos todos de la tribu de los "Uterumbas",
porque vamos del útero a la tumba.

Se puede estar en cualquier edad, incluso setenta, ochenta años,
y el que tiene un proyecto se aleja de la muerte. Eso lo vi en
Pichón anciano, él decía: "la muerte está tan lejos como grande
sea la esperanza que construimos", el tema es la construcción de
la esperanza. ¿Cómo la podés construir?, si esa historia tiene
sentido y se arroja adelante como esperanza.

Padres que no le tienen miedo a la muerte hacen hijos que no le
tienen miedo a la vida.

Alfredo Moffat - Psicólogo
"Terapia de Crisis. La emergencia psicológica"
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NEGAR LA EDAD ES UNA TONTERÍA !!! Alfredo Moffat


Lamuerte está tan lejos como grande sea la esperanza que construimos",
el tema es la construcción de la esperanza.

Alfredo Moffat


Psicólogo social, psicodramatista y
arquitecto argentino.Terapista de
crisis.Nació en 1934 y es
considerado uno de los discípulos
predilectos de E.Pichón Riviere.
Participó en la fundación de la
Escuela de Psicología Argentina.



La negación de la edad es una tontería. Yo tenía miedo a esta
etapa que empieza después de los sesenta años. Ahora, que más o
menos estoy instalado en ella (tengo setenta y tres años), me doy
cuenta que se me ha simplificado la vida, y la mayor parte de las
cosas que antes me preocupaban, ahora creo que son boludeces,
pero quedó lo esencial: el amor, los hijos, la justicia social, la
solidaridad (y también el dulce de leche y la crema chantilly...)

Esta edad no está tan mal, el tema de la muerte siempre
angustia, pero yo creía que iba a ser peor. Es una tontería
hacerse el pendejo, fíjense si tuviera que ir al gimnasio, sería
todo un laburo y no podría gozar de esto de hacerme el filósofo.
Cuando cumplí sesenta años hice una fiesta en la Escuela. Y dije:
tengo dos caminos, o me convierto en un viejo sabio, o en un
viejo pelotudo. Lo último me pareció aburrido. Cuando no
asumís la edad, no gozás ni la una ni la otra.

El temor a la vejez hace que la ocultemos, que sea considerada
como algo indigno, a ocultar en un geriátrico porque ya no
servimos más.

Cuando estuve en Estados Unidos había una actriz que había
sido muy famosa, Bette Davis, que ya estaba muy viejita y tenía
el rostro con las arrugas del tiempo. Era conductora y tenía un
programa muy respetado, en el que podía decir cosas sabias,
porque estaba cómoda en esa edad, era creíble.

También en Italia, estando en una plaza de Roma, pude ver que
estaban todos los viejitos (los respetados nonos) jugando a las
cartas y tomando Cinzano, con gran dignidad, y la gente iba a
preguntarles cosas.


Pero en la Argentina, cuando llegás a esta etapa, te meten en un
geriátrico y no aprovechan la historia, que es necesaria para
construir el futuro.


En el Amazonas no hay jubilación de viejos. Yo fui hace muchos
años, de aventurero, con mochila y bolsa de dormir, y ahí
estaban los viejitos de la tribu mirando el río Xingú que
desemboca en el Amazonas. Y pensé: "Ahí está la biblioteca
nacional"... Uno sabía de partos, otro de canoas, otro de plantas
medicinales, a ellos los cuidaban mucho, porque eran los
transmisores de la sabiduría, no había transmisión escrita (se
moría el de las canoas y tenían que cruzar nadando...) Tenían
una dignidad como los que vi en la India. Allí, en el proceso de
vida, se respetan todas las etapas.

En estos países de la cultura occidental, tecnológica, donde lo
que no es nuevo hay que tirarlo, lo mismo se hace con los seres
humanos, y eso es una tontería. En la cultura norteamericana
todos tienen que ser jóvenes y lindos.

Hay una etapa de la vida en que uno es niño, otra en que es
joven, otra donde es adulto y otra donde es viejo. Nosotros
atravesamos las cuatro etapas de la vida, si negamos una, vamos
a tener problemas. Si se nos niega la infancia vamos a perder la
creatividad, si se nos reprimió la adolescencia, vamos a perder la
rebeldía.

Lo importante es seguir creciendo, es como pasar por distintas
estaciones. En cada una hay que bajarse y tomar el otro tren
(son las crisis evolutivas). Algunos se bajan en una y ahí se
quedan, no siguen en el viaje de la vida.

La concentración urbana genera la familia nuclear: papá, mamá
y uno o dos hijos, donde es tan pequeño el espacio, que no cabe el
abuelo, va al geriátrico, después tienen que mandar al nieto a la
guardería, pero ¿quiénes son los mejores cuidadores para el
nieto? el abuelo y la abuela. ¿Qué mejor maestra jardinera que
un abuelo o una abuela? Ambos están fuera de la producción,
fuera de la tensión necesaria para la lucha cotidiana, ambos
están en el mundo de lo imaginario...

En Santiago del Estero el tata viejo es un personaje muy
importante. Es el que sabe la historia de la familia, transmite la
información, los agüelos cuidan al gurí, las dos puntas de la vida
se complementan.

En nuestro país la vejez está desvalorizada, los viejos son
marginados, el cambio social fue tan brusco que su experiencia
habla de una Argentina que perdimos, si terminan en el
geriátrico, los tratan como chicos, los retan y los humillan, se
deprimen y aparecen todas las enfermedades que tienen que ver
con las bajas defensas.

En cambio, en las sociedades más sanas, esta es una época muy
rica, porque es la de la reflexión, que es parecida al juego y la
creatividad, pero ya después de haber visto la película entera y
haberla entendido.

La última etapa es lo que se llama la senectud, que a veces tiene
un deterioro grave, neuronal, de las funciones mentales. De
todas maneras, el final del proceso de la vida, que es la muerte,
es un tema negado en nuestra cultura. El final, la agonía, a veces
tiene características traumáticas, como algunos partos, al inicio.
Los humanos somos todos de la tribu de los "Uterumbas",
porque vamos del útero a la tumba.

Se puede estar en cualquier edad, incluso setenta, ochenta años,
y el que tiene un proyecto se aleja de la muerte. Eso lo vi en
Pichón anciano, él decía: "la muerte está tan lejos como grande
sea la esperanza que construimos", el tema es la construcción de
la esperanza. ¿Cómo la podés construir?, si esa historia tiene
sentido y se arroja adelante como esperanza.

Padres que no le tienen miedo a la muerte hacen hijos que no le
tienen miedo a la vida.

Alfredo Moffat - Psicólogo
"Terapia de Crisis. La emergencia psicológica"
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domingo, 15 de mayo de 2011

Hermosa descripción de un lugar de Äfrica!!!!! Por Ryszard Kapuscinski

turismo

Domingo, 8 de mayo de 2011

DIARIO DE VIAJE. AFRICA

Postales de ébano

El periodista polaco Ryszard Kapuscinski recogió sus crónicas de viaje por Africa, donde fue corresponsal durante décadas, en un libro que elude estereotipos y lugares comunes para acercarse a la verdadera historia y realidad de un continente aún enigmático. Desde el día a día, desde el contacto diario con sus habitantes, un trazado único y vívido de la realidad africana.


Por Ryszard Kapuscinski*

“Este continente es demasiado grande para describirlo. Es todo un océano, un planeta aparte, todo un cosmos heterogéneo y de una riqueza extraordinaria. Sólo por una convención reduccionista, por comodidad, decimos ‘Africa’. En la realidad, salvo por el nombre geográfico, Africa no existe.”

Ya en la escalerilla del avión nos topamos con otra novedad. El olor del trópico. ¿Novedad? Si no es otro que el olor que llenaba la tienda del señor Kanzaman, Productos Ultramarinos y Demás, situada en la calle Perec de Pinsk. Almendras, clavos, dátiles, cacao; vainilla, hojas de laurel; naranjas y plátanos por piezas, y cardamomo y azafrán al peso. ¿Y Drohobycz? ¿El interior de Las tiendas de color canela de Schulz? Al fin y al cabo, “su interior, mal iluminado, oscuro y solemne, estaba impregnado de un fuerte olor a laca, colores, incienso, aromas de países lejanos, de raras mercancías”. Con todo, el olor del trópico es algo distinto. No tardaremos en notar su opresión, su pegajosa materialidad. Ese olor enseguida nos hará conscientes de que nos encontramos en ese punto de la Tierra en que la frondosa e incansable biología no para de trabajar: germina, brota y florece, y al mismo tiempo padece enfermedades, se desintegra, se carcome y se pudre.

Es el olor del cuerpo acalorado y del pescado secándose, de la carne pudriéndose y de la kassawa asada, de flores frescas y algas fermentadas, en una palabra, de todo aquello que a un tiempo resulta agradable y desagradable, que atrae y echa para atrás, que seduce y da asco. Ese olor nos llegará de los palmerales, saldrá de la tierra incandescente, se elevará por encima de las alcantarillas apestosas de las ciudades. No nos abandonará, es parte del Trópico.

Y, finalmente, el descubrimiento más importante: la gente. Gentes de aquí, del lugar. ¡Cómo encajan en ese paisaje, en esa luz, en ese olor! ¡Cómo se convierten el hombre y la naturaleza en una comunidad indivisible, armónica y complementaria! ¡Cómo se funden en un solo cuerpo! ¡Cómo cada una de las razas está enraizada en su paisaje, en su clima! Nosotros moldeamos nuestro paisaje y él moldea los rasgos de nuestros rostros. En medio de esas palmeras y lianas, de toda esa exuberancia selvática, el hombre blanco aparece como un cuerpo extraño, estrafalario e incongruente. Pálido, débil, con la camisa empapada en sudor y el pelo apelmazado, no cesan de atormentarlo la sed, el tedio y la sensación de impotencia. El miedo no lo abandona: teme a los mosquitos, a la ameba, a los escorpiones, a las serpientes; todo lo que se mueve lo llena de pavor, de terror, de pánico.

Los del lugar, todo lo contrario: con su fuerza, gracia y aguante, se mueven con desenvoltura y naturalidad, y a un ritmo que el clima y la tradición se han encargado de marcar; un ritmo tal vez poco apresurado, más bien lento, pero, a fin de cuentas, en la vida tampoco se puede conseguirlo todo; de no ser así, ¿qué quedaría para otros? (...)

ACRA Llevo aquí una semana. Intento conocer Acra. Es una ciudad pequeña que parece haberse multiplicado y autocopiado, y que ha salido a rastras de la selva para detenerse a orillas del golfo de Guinea. Acra es plana, baja y mísera, aunque también hay en ella casas de dos o más plantas. Nada de arquitectura rebuscada, nada de lujo ni de suntuosidad. Unos revoques de lo más corrientes, paredes de color pastel, amarillo y verde claro, que aparecen llenas de chorreaduras. Frescas estas últimas al acabarse la estación de las lluvias, forman infinitos mosaicos, collages y constelaciones de manchas, crean mapas fantásticos y dibujos de líneas serpenteantes. El centro de la ciudad está densamente edificado. Hay mucho tráfico, multitud de gente, bullicio; la vida se hace en la calle. La calle no es sino mera calzada, separada de los bordes por un arroyo-alcantarilla. No hay aceras. Los coches se entremezclan con la multitud pedestre. Todo avanza junto: peatones, automóviles, bicicletas, carros de porteadores, y también vacas y cabras. En los bordes, más allá del sumidero y a lo largo de toda la calle, se desarrolla la vida doméstica y mercantil. Las mujeres machacan la mandioca, asan a la brasa bulbos de taro, cocinan algún plato, comercian con chicles, galletas y aspirinas, lavan y secan la ropa. Y todo ello a la vista de todos, como si rigiese una orden que obliga a los habitantes a abandonar sus casas a las ocho de la mañana y a permanecer en la calle. La causa real es muy distinta: las viviendas son pequeñas, estrechas y pobres. El ambiente es sofocante, no hay ventilación, el aire es pesado y los olores nauseabundos, no hay con qué respirar. Además, pasar el día en la calle permite participar en la vida social. Las mujeres no paran de hablar entre ellas, gritan, gesticulan y acaban riéndose. Apostadas junto a una olla o palangana, tienen, además, un perfecto punto de observación. Pueden contemplar a los vecinos, a los peatones, la calle, escuchar conversaciones y riñas, seguir el curso de los acontecimientos. La persona está todo el día en medio de la gente, del bullicio, al aire libre. (...)

UGANDA Al día siguiente dimos con un ancho y rojizo camino de laterita que, dibujando una línea arqueada, rodeaba el lago Victoria. Después de seguirlo durante varios cientos de kilómetros en medio de un Africa verde, frondosa y bella llegamos a la frontera con Uganda. En realidad, no había frontera. Junto al camino se levantaba una sencilla caseta encima de cuya puerta se veía un tablón de madera con la palabra “Uganda” grabada a fuego. Estaba vacía y cerrada. Las fronteras por las cuales se derrama la sangre se crearían más tarde.

Seguimos viaje. Era noche cerrada. Lo que en Europa recibe el nombre de atardecer o crepúsculo aquí apenas si dura unos minutos: a decir verdad, no existe. Se acaba el día y enseguida cae la noche, como si alguien, con un repentino movimiento de interruptor, desconectase el generador del sol. Sí, la noche inmediatamente se vuelve negra. En unos segundos nos hallamos en el interior de su núcleo más oscuro. Si nos pilla mientras recorremos la selva, tenemos que detenernos enseguida, no se ve nada, como si nos metiesen la cabeza dentro de un saco. Perdemos el sentido de la orientación, no sabemos dónde nos encontramos. En medio de semejante oscuridad, las personas se hablan sin verse en absoluto. Lanzan sonoras llamadas sin saber que están una junto a otra. La oscuridad divide y por eso mismo hace más fuerte el deseo del hombre de estar uno junto a otro, dentro de un grupo, de una comunidad.

Las primeras horas de la noche en Africa se convierten en el tiempo más propicio para la vida social. Nadie quiere estar solo. ¿Solo? Es una desgracia, ¡una condena! Los niños tampoco se acuestan más temprano que los mayores. Se entra en la región del sueño juntos: toda la familia, todo el clan, toda la aldea.

Atravesábamos una Uganda dormida e invisible tras el manto de la noche. En algún lugar cercano debía de estar el lago Victoria, los reinos de Ankole y de Toro, los pastos de Mubende y las cataratas de Murchinson. Todo ello se encontraba en el fondo de una noche negra como la pez. Una noche llena de silencio. Los faros del coche penetraban profundamente la oscuridad y en el haz de su luz se arremolinaba un enjambre enloquecido de moscas, tábanos y mosquitos que emergían no se sabía de dónde, que durante una fracción de segundo desempeñaban ante nuestros ojos el papel de su vida –el baile enloquecido del insecto– y morían, aplastados por el despiadado morro del coche en plena marcha.

En esa masa uniforme de oscuridad, solo muy de cuando en cuando aparece un oasis de luz, una caseta de abigarrados colores de feria que brilla desde lejos: se trata de una duka, una pequeña tienda hindú. Por encima de bizcochos, paquetes de té, cigarrillos y cerillas, por encima de latas de sardinas y pastillas de jabón emerge, iluminada por el resplandor de unas lámparas de neón, la cabeza del dueño, un hindú sentado en actitud inmóvil que, paciente y confiado, espera a unos clientes rezagados. El brillo de aquellas tiendas, que daba la impresión de aparecer y apagarse obedeciendo una orden nuestra, nos iluminó, como faroles solitarios de una calle desierta, todo el camino hasta Kampalaz

* Ryszard Kapuscinski, Ebano. Anagrama, Crónicas, 2003.

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¡ ESTUPENDO !

viernes, 13 de mayo de 2011

ONICOFAGIA !!!!! Comerse las uñas

Morderse las uñas, más allá de la estética

Los especialistas consideran que morderse las uñas es un recurso para reducir la ansiedad, la inseguridad, la depresión o la angustia.

El artículo entero y muy interesante lo encontrarás en :

EROSKI CONSUMER, el diario del consumidor

jueves, 12 de mayo de 2011

Diversidad entre docentes y alumnos!!!!! Publicado por Alberto Christin en Praxis docente

El pato en la escuela


La escuela es el lugar donde deberíamos aprender a ser nosotros mismos y a respetar a todos los demás. Estar en la escuela, vivir la escuela ha de ser el camino para llegar conocer, a querer y a desarrollar nuestra persona y, al mismo tiempo, a tener en cuenta que hay otras que merecen nuestro respeto, nuestra ayuda y nuestro afecto.

Cuando hablo de diversidad no sólo me refiero a el alumnado. También hay diferencias que debemos respetar en los profesores y en las profesoras. Dice Steiner que la relación maestro alumno es “una alegoría del amor desinteresado”. Ir cada día a la escuela. ¿A sentirnos cada uno como somos o a encajarnos en un engranaje de rutinas despersonalizadoras? ¿A obedecer de forma tediosa lo que prescribe, en palabras de Helmutt Becker, la “escuela administrada” o a recrear el conocimiento y la convivencia? ¿A ser cada uno más él mismo o a meternos en un molde único?

Cierta vez, los animales del bosque decidieron hacer algo para afrontar los problemas del mundo nuevo y organizaron una escuela. Adoptaron un currículo de actividades consistente en correr, trepar, nadar y volar y, para que fuera más fácil enseñarlo, todos los animales se inscribieron en todas las asignaturas. El pato era estudiante sobresaliente en la asignatura natación. De hecho, superior a su maestro. Obtuvo un suficiente en vuelo, pero en carrera resultó deficiente. Como era de aprendizaje lento en carrera tuvo que quedarse en la escuela después de hora y abandonar la natación para practicar la carrera. Estas ejercitaciones continuaron hasta que sus pies membranosos se desgastaron, y entonces pasó a ser un alumno apenas mediano en natación. Pero la medianía se aceptaba en la escuela, de manera que a nadie le preocupó lo sucedido salvo, como es natural, al pato. La liebre comenzó el curso como el alumno más distinguido en carrera pero sufrió un colapso nervioso por exceso de trabajo en natación. La ardilla era sobresaliente en trepa, hasta que manifestó un síndrome de frustración en la clase de vuelo, donde su maestro le hacía comenzar desde el suelo, en vez de hacerlo desde la cima del árbol. Por último enfermó de calambres por exceso de esfuerzo, y entonces, la calificaron con 6 en trepa y con 1 en carrera.

El águila era un alumno problema y recibió malas notas en conducta. En el curso de trepa superaba a todos los demás en el ejercicio de subir hasta la copa del árbol, pero se obstinaba en hacerlo a su manera. Al terminar el año, una anguila anormal, que podía nadar de forma sobresaliente y también correr y trepar y volar un poco, obtuvo el promedio superior y la medalla al mejor alumno.

Esta fábula nos ayuda a reflexionar sobre la diversidad de alumnos y de alumnas en una escuela que tiene en la homogeneización su camino y su meta. El “niño tipo” es el varón, de raza blanca, que habla el lenguaje hegemónico, que es católico, payo, sano, vidente... En una palabra, normal. A él va dirigido el discurso y él es propuesto como modelo para todos (y, curiosamente, para todas). Se ha vivido la diferencia como una lacra, no como un valor. Se ha buscado la homogeneidad como una meta y, al mismo tiempo, como un camino.

Los mismos contenidos para todos, las mismas explicaciones para todos, las mismas evaluaciones para todos, las mismas normas para todos. Curiosamente, se buscaba en la justicia el fundamento de esa uniformidad. Sin caer en la cuenta de que no hay mayor injusticia que exigir lo mismo a quienes son tan diferentes. No es justo exigir que recorran el mismo trayecto, en tiempos exactos, un cojo y una persona en perfecto uso de las dos piernas. La injusticia es todavía mayor cuando las diferencias están cultivadas, buscadas e impuestas.

Volviendo al ejemplo de la carrera: ¿sería razonable exigir un recorrido igual a quien puede avanzar sin obstáculos que a aquél a quien se ha atado al pie una enorme bola de hierro? La bola de hierro de ser mujer, de ser pobre, de ser gitano, de ser inmigrante...

La diferencia es consustancial al ser humano. Somos únicos, irrepetibles, en constante evolución. Si un centímetro cuadrado de piel (las huellas digitales) nos hacen diferentes a miles de millones de individuos, ¿qué será todo el pellejo? ¿Qué sucederá con nuestro interior, lleno de emociones, dudas, creencias, valores, conflictos...? He dicho alguna vez que hay dos tipos de niños: los inclasificables y los de difícil clasificación. ¿Cómo es posible que tratemos a todos por igual?

Nos diferencian las actitudes, las capacidades, las emociones, la cultura, la religión, la raza, el sexo (y el género), el dinero... No todas las diferencias son del mismo tipo y no con todas ellas hay que proceder de la misma forma. Ante algunas diferencias hay que poner en marcha actuaciones de redistribución.

Si hay pobres y ricos, lo que se debería buscar es distribuir los bienes de manera que las diferencias desaparecieran. Hay diferencias que exigen otra actuación política y educativa. Si uno es homosexual y otro heterosexual, la actuación pertinente no es igualarlos sino respetarlos. Si uno es católico, otro mormón y otro agnóstico, lo que hay que hacer es valorar cada opción, respetar a cada persona.

Esas actuaciones son de reconocimiento. En algunas ocasiones hay que combinar las políticas de redistribución con las de reconocimiento. Por ejemplo, las mujeres tienen que recibir un política de reconocimientos (igual dignidad, iguales derechos, igual valor...), pero como al ser mujeres tienen menores sueldos y menor riqueza, han de ser objeto de políticas de redistribución.

La intervención diferenciadora es ética ya que no hay nada más injusto que tratar igual a los que son radicalmente desiguales. Lo cual supone un conocimiento de cómo es cada uno, de cómo es su contexto y su historia. Lo cual exige una actuación metodológica y evaluadora que se adapte a las características de cada uno. Cuando se ha calificado a algunos alumnos de “subnormales”, ¿qué hemos querido decir? Que no tenían las mismas potencialidades que los otros, que no reaccionaban como los otros, que no hablaban como los otros. Los otros eran los normales, el prototipo. De esta forma la “etiqueta” pesaba sobre ellos como una losa. Menos expectativas, menos estímulos, menos éxitos, menos felicitaciones, menos... ¡Qué error! ¡Qué horror!

La diferencia es una fortuna que a todos nos enriquece. Todos podemos alcanzar el máximo desarrollo dentro de las posibilidades de cada uno. Por eso resulta imprescindible cambiar de concepción, romper la tendencia uniformadora. Resulta necesario conocer al otro, aceptar al otro, amar al otro como es, no como nos gustaría que fuese.

La escuela de las diferencias nos humaniza, nos hace mejores. La escuela de las diferencias hace posible que todos podamos sentirnos bien en ella, que todos podamos aprender. Por contra, la escuela homogeneizadora acrecienta y multiplica las víctimas. El pato se amarga en la escuela. Se desnaturaliza. Acaba nadando peor. Se compara con los que trepan y vuelan y se siente desgraciado. Incluso aprende a ridiculizar a quienes nadan peor que él. En definitiva, se convierte en una víctima. ¿Es posible conseguir una escuela donde todos los niños y niñas aprendan, se respeten, se quieran? ¿Es posible hacer de la escuela un trasunto de lo que debería ser una sociedad para todos en la que la justicia, la solidaridad y el respeto fuesen las leyes de la convivencia? A eso vamos. En eso estamos. No corren tiempos fáciles. En una sociedad en la que prima el individualismo exacerbado, la obsesión por la eficacia, la competitividad extrema, el conformismo social y el relativismo moral..., no es fácil tener en cuenta que la competición está trucada.

La aspiración máxima no es saber quién llega primero sino cómo podemos llegar todos a donde cada uno puede llegar. La pretensión de una sociedad justa será la de ayudar a aquéllos que necesitan una especial atención porque parten de situaciones de inferioridad. La atención a la diversidad es, pues, la causa de la justicia. Cuando los desfavorecidos, al pasar por el sistema educativo, se encuentran de nuevo discriminados y perjudicados, estamos convirtiendo a la escuela en un mecanismo de iniquidad. Precisamente la institución que debería corregir las desigualdades, se convierte en un elemento que las incrementa y las potencia.

Como digo en mi libro “La escuela que aprende” (Santos Guerra, 2000), es necesario que la institución educativa se abra al aprendizaje, que se haga preguntas, que sea sensible a la crítica, que analice sus prácticas. De lo contrario estará condenada a la rutina, al individualismo y al fracaso. La escuela no tiene sólo la tarea de enseñar. Para poder hacerlo adecuadamente, tiene que aprender. Las instituciones inteligentes aprenden siempre. Las otras, tratan de enseñar con excesiva frecuencia. Desde aquí hago votos por todos los educadores y educadoras que se ocupan con amor por cada niño, por cada niña, con las palabras de Miguel Hernández: “Volveremos a brindar por todo lo que se pierde y se encuentra: la libertad, la alegría y ese cariño que nos arrastra a través de toda la tierra”.



Autor
Miguel Ángel Santos Guerra
Doctor en Ciencias de la Educación.
Diplomado en Psicología.
Catedrático de Didáctica y Organización Escolar.
Autor y Director de libros, colecciones, revistas y publicaciones de libros sobre educación.
Miembro de la Comisión Asesora para la evaluación del sistema educativo de la
Junta de Andalucía.

Los cuentos de Pedro Pablo Sacristán y sus moralejas !!! Adelante Pedro!!!!

Felicitaciones por Javier !!!!!! y GRACIAS por tus cuentos, los niños te esperan!!!!!


Retomando el envío de cuentos: algunas consideraciones y mi gratitud

Posted: 11 May 2011 04:48 PM PDT

Hoy retomamos el envío de cuentos que ha estado paralizado durante todo un mes, el periodo más largo sin cuentos nuevos en toda la existencia de esta web. La historia de las causas es un poco larga de explicar, pero después de pensarlo un rato me he animado a escribir sobre un aspecto tan personal, a pesar de que siempre he tratado de no inundar la web con mis temas personales y mis otros intereses ajenos al mundo de los cuentos.

La historia de este parón comienza con la publicación del último cuento: “El bebé de los paponatas”. No es casualidad que el cuento trate del tema de los celos al nacer un nuevo hermano, puesto que por esas fechas iba a nacer mi cuarto hijo, Javier, y estábamos tratando de preparar a la pequeña para la nueva situación. Pero lo que no esperábamos era nuestra nueva situación, la de los padres: sin que se hubiera detectado durante el embarazo, resultó que Javier nació con una malformación congénita, mielomeningocele, la forma más grave y habitual de espina bífida.
Tampoco quiero aburrir a nadie entrando en todos los detalles de la historia médica que nos ha tenido casi un mes en el hospital: es algo que debe ser operado durante el primer día de vida (Javier necesitó dos operaciones, pues la primera tuvo complicaciones), y que tiene secuelas permanentes, tanto más graves cuanto más alta en la columna se haya producido la lesión.

Por muy buena actitud que uno tenga, por muy fuertes convicciones que guíen su vida, a nadie le gusta oír algo así. Pero al reflexionar sobre ello, uno entiende la vital importancia que los valores y creencias que tenemos e inculcamos a nuestros hijos tienen a la hora de afrontar estas situaciones. Aspectos como el sentido del sufrimiento, la dignidad de la vida, la providencia divina, el amor como generosidad o la alegría pueden transformar las circunstancias adversas en nuevas oportunidades. Y de hecho, teniendo los ojos abiertos, las situaciones difíciles de la vida son una fuente inagotable de extrañas y preciosas oportunidades, especialmente en el ámbito educativo con nuestros hijos, precisamente porque estas situaciones difíciles, afortunadamente, no son muy habituales.
Una de estas inesperadas oportunidades es poder ser consciente de cuánta gente te quiere y se preocupa por ti. Mi mujer y yo no tenemos la boca lo suficientemente grande como para decir el “GRACIAS” que se merecen tantos y tantos amigos que se han mostrado dispuestos a ayudar con lo que fuera. Y no sólo amigos directos, sino muchísimas otras personas que han tenido presente a Javier, y a toda la familia, en sus oraciones. Por eso quiero aprovechar este breve espacio en la web para mostrar nuestra gratitud a todas esas personas a quienes no hemos podido agradecer su apoyo personalmente.

Afortunadamente, Javier ya ha sido dado de alta y podemos disfrutar de su compañía en casa. Y afortunadamente, también, ya estamos descubriendo y aprovechando algunas de esas raras oportunidades que ha traído el pequeñín consigo.

Por eso quiero acabar con unas palabras de ánimo para quienes atraviesan momentos o circunstancias difíciles, seguramente mucho más graves que un problema sencillo como el de Javier, para que tengan las fuerzas y la decisión para mirar el mundo desde ese ángulo que sólo es visible para ellos, y descubrir así sus oportunidades especiales.

Con afecto y gratitud

Pedro Pablo Sacristán

Búscalo en "Cuentos para dormir".


domingo, 8 de mayo de 2011

Premiar a los maestros por enseñar, no da resultados!!!!



"Premiar a los maestros por el logro de sus estudiantes empeora el aprendizaje, sostiene experto "



Enseñar para la evaluación



Invito a visitar http://www.evaluacion.edusanluis.com.ar/2011/05/ensenar-para-la-evaluacion.html, donde coloco un artículo que reflexiona sobre los efectos que se producen al colocar a la evaluación como el momento central. Alberto Christin

lunes, 2 de mayo de 2011

LA FERTILIDAD DEL ERROR !!! Miguel ängel Santos Guerra del blo Praxis Docente de Alberto Christin

La fertilidad del error


Autor:
Miguel Ángel Santos Guerra

Aprender es arriesgarse a errar. El que nunca se equivoca es el que no hace nada. Lo decía lapidariamente Théodore de Banville: "Los que no hacen nada nunca yerran". No hay mayor equivocación que pretender evitar cualquier equivocación. El temor a equivocarse puede resultar paralizante. Si quienes estudian un nuevo idioma sólo repiten las estructuras sintácticas que ya dominan, no aprenderán nada nuevo. Los que se arriesgan a utilizar nuevas estructuras, es probable que se equivoquen. Esa equivocación es una señal de progreso. Quien aprende a conducir, meterá alguna vez mal las marchas, pero podrá aprovechar ese error para hacerlo luego bien.


Hace ya más de cincuenta años decía Gaston Bachelard que "se conoce en contra de un conocimiento, destruyendo conocimientos mal hechos, superando lo que en la mente hace de obstáculo". Viene a decir que no hay verdad sin error rectificado.

Leí hace tiempo un pequeño libro de Jean Pierre Astolfi titulado "El error, un medio para enseñar". Dice el autor que si analizamos el error podemos comprender qué obstáculos existen para el aprendizaje. Por eso, el profesor puede decir a los alumnos: "Vuestros errores me interesan". El error es un indicador de procesos. Los errores no son fallos condenables sino ocasiones para identificar los obstáculos.

Voy a poner un ejemplo, entre los miles que se producen cada día en las aulas. A un niño le pregunta el profesor:
- ¿Por qué fueron expulsados los judíos de la península?

El niño contesta:

- Porque no quisieron dejarse hacer fotos.

El profesor, sorprendido, requiere una explicación arrugando el entrecejo:

- Lo dice mi libro, asegura el niño con tranquilidad y con aplomo.

- ¿Qué es lo que dice tu libro? No puede ser. Lee de nuevo con atención. Lee despacio.

El niño lee: "Los judíos fueron expulsados de España porque no quisieron (titubea, titubea) retractarse".

El profesor descubre a través del error que el niño confunde dos conceptos muy distintos: retratarse y retractarse. Puede explicar sus diferencias. Puede hacer referencia a la aparición de la técnica fotográfica y situar ambos hechos en su justa cronología. Puede ayudarle a leer con atención.

Hay que explorar en el contenido del error, en su naturaleza. No basta detectarlo. Si un niño se equivoca en una suma y no sabemos si la equivocación obedece a que no sabe distinguir unidades, decenas y centenas, a que lo sabe pero desconoce el mecanismo de "llevarse", si sabe ambas cosas pero se equivoca en la suma…, no podremos encauzar debidamente la enseñanza.
Es preciso ponerse de acuerdo en lo que vamos a considerar un error, descubrirlo y analizarlo con precisión. Y luego ver cómo y por qué se produce. Finalmente, hay que aprender del error.
A un alumno le preguntan cuáles son los fines de la misa. Con el mayor aplomo contesta:
- Podéis ir en paz. Demos gracias a Dios.
¿No tiene el niño algo de razón? En el error hay, a veces, partes de verdad. De otra verdad. Resulta pernicioso el culto a la respuesta única, que es la que tiene en la cabeza aquel que pregunta. Sobre todo, cuando posee el conocimiento hegemónico y cuando tiene el poder de evaluar, el poder de sancionar

No es suficiente cometer un error para se produzca el aprendizaje. No, si no se reconoce, si no se sabe por qué se produce y cómo se puede corregir. Hay quien se obstina en los errores cometidos, quien no los reconoce. En ese caso, será difícil aprender del error. Eso le sucede a quien se considera en posesión de la verdad, a quien piensa que hay verdades indiscutibles, a quien cree que los errores sólo están en la mente y en el comportamiento de los demás.

Umberto Eco habla de la fertilidad del error, de las posibilidades educativas de las equivocaciones y de los fallos. Las famosas y abundantes antologías del disparate de los alumnos (sólo conozco una referida al profesorado y titulada "Voy a pasar lista cronológicamente") permiten descubrir algunos problemas del aprendizaje. Reflexionar sobre ellos es un instrumento para la enseñanza y para el aprendizaje de los profesores.

La teoría que planteo vale para la enseñanza y vale también para la vida. Suelo decir que es magnífico el arte de convertir dos signos menos en un signo más. Algunos dominan, lamentablemente, el arte contrario. De un signo más (algo bueno que les sucede), producen dos motivos de desaliento.

Lo pernicioso del error no es haberlo cometido sino obstinarse en él, aferrarse a él como si la rectificación fuese humillante. Lo pernicioso del error es despreciarse por haberlo cometido. Hay quien no se perdona haber incurrido en un error. Es inadmisible para su autoestima. Esa es la gran equivocación.

Los errores propician, si somos inteligentes, dos tipos de beneficios: el primero, al que he hecho referencia, es que podemos aprender. El segundo, es que nos hace personas humildes. Nos equivocamos, somos falibles.

José Luis Pinillos, a quien muchos conocerán por sus escritos, me decía un buen día tomando café en un bar de la Complutense:

- El día que me convencí, de verdad-de verdad, de que no era Dios, se me solucionaron muchos problemas. Porque cuando creía que lo era, no me permitía tener fallos, no aceptaba cometer errores, no soportaba ningún rechazo…

Me han invitado a participar en un Congreso médico (se celebrará en marzo en la ciudad de Marbella) que se va a dedicar a analizar los desastres de la medicina, los errores que cometen los profesionales de la salud. Para ver cómo se puede aprender de ellos: Me parece una hermosa y fecunda idea. Creo que bien podríamos utilizarla en educación. ¿Por qué fracasó aquel programa que parecía tan bien concebido? ¿Por qué fue tan desastroso un determinado proyecto? ¿Qué hizo inútil aquella Reforma?

Detectar los errores, analizarlos, reconocerlos, asumirlos y tratar de aprender de ellos es un camino excelente para la mejora de las personas, de los profesionales, de las instituciones y de la sociedad


Fuente

http://blogs.opinionmalaga.com

Miguel Ángel SANTOS GUERRA, leonés de nacimiento y malagueño de adopción, es Doctor en Ciencias de la Educación, catedrático de Didáctica y Organización Escolar en la Universidad de Málaga. Es también Diplomado en Psicología y en Cinematografía. Ha sido profesor en todos los niveles del sistema educativo: maestro de Primaria, profesor de Bachillerato y profesor de la Universidad Complutense y de otras universidades españolas y extranjeras. Fue Director de un centro educativo, del Departamento de Didáctica y Organización Escolar y del Instituto de Ciencias de la Educación de la Universidad de Málaga. Ha escrito numerosos libros y artículos sobre organización escolar, evaluación educativa y formación del profesorado. Ha recibido numerosos premios por sus escritos y por sus trabajos de investigación. Escribe, cada sábado, en el periódico La Opinión de Málaga. Es colaborador de numerosas revistas nacionales y extranjeras y dirige varias colecciones educativas. Es padrino de tres escuelas argentinas en las provincias de Santa Fe, Mendoza y Jujuy. Ha sido declarado Huésped de Honor de varias ciudades argentinas, mejicanas y chilenas. Si quieres contactar con Miguel Ángel Santos Guerra su correo es:

arrebol@uma.es


El Blog Praxis Docente, es imperdible para quienes lo somos.
Estemos o no de acuerdo con los artículos, tendremos una mirada crítica y diferente de nuestra profesión, o más, reflexionaremos sobre ella!!!

domingo, 1 de mayo de 2011

50 REGLAS QUE NO SE APRENDEN EN LA ESCUELA !!! !!!!! Charles Sykes

Este libro por el momento sólo lo encuentro en inglés y no voy a incluir las 50 reglas, pero si algunas muy interesantes.
Fueron ellas atribuídas a Bill Gates pero no, son de este escritor estaunidense.


  1. "La vida no es fácil, acostúmbrate a ello."
  2. "El mundo no está preocupado por tu autoestima. El mundo espera que hagas algo por él antes de sentirte bien contigo mismo"
  3. "No ganarás $20.000 al mes nada más por salir de la escuela.Noserás vice-presidente de una empresa con coche y teléfono a tu disposición" hasta que con tu esfuerzo hayas conseguido comprar tu propio coche y teléfono"
  4. Si crees que tú profesor es duro, espera a tener un jefe. Ese no tendrá vocación de enseñar ni la paciencia requerida para ello.
  5. dedícate a vender hamburguesas no te quita la dignidad. Tus abuelos tenían una palabra diferente pra eso. lo llamaban oportunidad.
  6. La escuela puede haber eliminado la distinción entre excelentes, buenos y regulares, pero la vida no es así. En muchas escuelas hoy no repiten el curso, hacen que tus tareas sean cada vez más fáciles t tienes la oportunidad que necesites para aprender. Esto no se parece en nada a la vida real. Si fallas estarás despedido, así que acierta la primera vez.
  7. La vida no está dividida en bimestres. Tú no tendrás largas vacaciones en verano y no encontrarás quien te ayude a cumplir con tus tareas, al jefe no le interesa ayudarte para que te encuentres a tí mismo. Todo esto y mucho más tendrás que hacerlo en tu tiempo libre.
  8. La TV no es la vida real. En la vida real las personas tienen que dejar los juegos, el boliche, los bailes y los amigos para irse a trabajar.
  9. Se amable con los estudiosos, no los tildes de tontos, existen muchas probabilidades de que termines trabajando para uno de ellos.
Aclaro que la traducción no es mía pues no tengo el libro pero bien vale lo que me pasaron, seguro no es de Bill Gates.